En la actualidad, vivimos con un ritmo de vida muy acelerado que nos ha llevado a idealizar  la rapidez, por lo que parece que es mejor lo que se alcanza en menos tiempo. 

Sin embargo, si hablamos de educación, hay que destacar que no todos aprendemos a la misma velocidad, por lo que es muy importante respetar el ritmo de aprendizaje que cada persona necesita para integrar uno conocimiento nuevo.

A veces pasamos esto por alto y creemos que ir más rápido es una ventaja. La presión de familiares y amigos, la comparación entre niños de la misma edad y la sensación de competitividad en la que nos sumerge la sociedad, nos lleva a pensar que la velocidad es algo valioso.

Sin embargo, en la primera infancia los niños viven ajenos al tiempo. En la madurez y en el desarrollo del individuo interesa más el proceso, no tanto el resultado final. Si la velocidad fuera lo importante, sería mejor que un bebé naciera a las treinta y dos semanas en lugar de a las cuarenta. Lo importante no es cuándo nace un bebé sino cómo nace. Haciendo un símil entre el desarrollo del individuo y algunas plantas, podemos observar a modo de ejemplo que el eucalipto después de ser sembrado, brota en semanas y en seis años puede ser talado. El bambú tarda en brotar siete años porque crea un complejo sistema de raíces, pero luego es la planta de mayor crecimiento del mundo, pues en seis semanas alcanza los treinta y cinco metros. Pues bien, los niños son como el bambú, necesitan afianzar los procesos evolutivos de forma plena para poder desarrollarse de manera positiva en etapas posteriores.

Existe una gran variedad de ritmos de crecimiento, hay niños de ritmo de aprendizaje rápido y otros de maduración lenta, pero todos llegan al mismo punto de madurez, y si aceleramos etapas estamos perdiendo oportunidades. A los seis años las estructuras cerebrales necesarias para comenzar con los aprendizajes cognitivos ya están creadas. Tendremos niños/as con capacidades semejantes listos para hacer las mismas cosas. Por ello, si aceleramos el ritmo en la etapa de Educación Infantil, generamos estrés, un estrés que impide el asentamiento de los cimientos del aprendizaje,  pudiendo derivar en futuras dificultades. Acelerar el ritmo, supondría una falta de sintonía y escucha hacia el niño, lo que puede afectar a una buena calidad del vínculo o incluso podría verse afectada su autonomía, ya que esta aceleración puede provocar la desconexión de las señales que el cuerpo les envía para cubrir sus necesidades. Todo esto, les llevaría a centrarse solo en los mandatos del adulto viéndose afectada su autonomía.

Les trasladamos la idea de que la velocidad es imprescindible, lo que conlleva a una falta de paciencia y a una baja tolerancia a la frustración. En cuanto algo no les salga rápido a la primera, no lo intentarán de nuevo. Esto supondrá una falta de aceptación incondicional, lo que les llevará a sentir que no cumplen con las expectativas y esto puede derivar en una baja autoestima y aprender a valorarse sólo en función de los resultados, lo que les impedirá disfrutar del proceso y desconectarán del presente.

Por ello, os invitamos a:

  • Conectar con los niños, mediante la escucha activa y el respecto por los ritmos y necesidades individuales de cada uno de ellos 
  • Eliminar los “Corre” y “Date prisa” del vocabulario. 
  • Huir de las comparaciones y aislarnos de las presiones sociales externas.
  • Consultar con expertos sobre el desarrollo integral del niño si fuera necesario.
  • Poner la mente en el aquí y el ahora. Tendemos a vivir en el futuro sin disfrutar del presente.
  • Poner la atención y el disfrute en los procesos y no en el resultado final. 

Y recordar que el fin principal debe de ser siempre buscar el bienestar y la felicidad de los niños. Por ello…

SIGUE SU RITMO.

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